Los asesinatos de la calle Morgue (libre para detectives, testigos y sospechosos)

Aquella mañana, los agentes de Scotland Yard me habían levantado de la cama muy temprano. Al principio, la cabeza aún me daba vueltas por la resaca de la noche anterior, pero en cuanto me relataron lo sucedido, me apresuré a vestirme y a dirigirme al lugar de los hechos con la mayor rapidez posible. ¡Por fin un caso, un buen caso, todo para mí! Llevaba algunos días sumergido en el aburrimiento, y la oportunidad que se me presentaba de poner nuevamente a prueba mis habilidades era inmejorable.
Cuando llegué al lugar ya había algunos curiosos merodeando por allí. La prensa aún no había aparecido, por suerte, ya que se las arreglaban para destrozar todas las pruebas en cuestión de segundos.
Me llevaron hasta el interior de la casa, donde examiné la habitación y al primer cadáver con mucha atención y precisión, sin perder detalle. Nunca había visto tal ferocidad y ensañamiento en un asesinato, parecía más propio de una bestia salvaje que de un hombre. Mi espectáculo de deducción comenzaba.
- Mucho hollín, lo más probable es que entrara por la chimenea. Revolvió los cajones... Está claro que el asesino buscaba algo... Seguramente la llave para abrir la caja fuerte. Al no encontrar nada de su interés, enfureció, destrozó el mobiliario y mató a la víctima. Muerte por asfixia, el ensañamiento fue posterior. Tenemos ante nosotros a un asesino muy temperamental, ningún psicópata de mente fría y serena, por mucho que mutilara un cadáver, se dejaría llevar de tal manera. ¿Qué significa todo este oro? Es obvio que al asesino no le interesaba, no podía ser de él. Dinero francés, lo que lo relaciona con la víctima, pero que no puede pertenecer directamente a ella. ¿Qué clase de rica viviría en Whitechapel? Debía estárselo ocultando a alguien... - dije, hablando más para mí que para la policía - ¡Alguien muy inteligente! - exclamé, con una sonrisa - ¡Un robo! ¿Quién buscaría semejante fortuna en el barrio más miserable de Londres? ¡Tenemos a una segunda persona implicada, agentes! - fue entonces cuando mi atención se volcó en el aro de topacio hallado. Me sonaba, no era la primera vez que lo veía. Mis pulsaciones, normalmente tranquilas, se aceleraron - Esto me lo llevaré yo para examinarlo personalmente - dije, guardándomelo en un bolsillo - Ustedes examinen la sangre hallada en los cabellos y la navaja. No necesito estudiar el otro cadáver, no voy a encontrar nada más que no haya visto en éste. Voy a ver si encuentro más testigos que no hayan sido descuartizados, sus testimonios son de vital importancia - dije, mientras me encaminaba de nuevo hacia la calle, con mi mente trabajando a pleno rendimiento.

Mi siempre incisiva mirada distinguió entre la multitud al doctor Henry Jekyll, un respetado aristócrata al que conocía porque vivía cerca de mi mansión y trabajaba en el hospital de mi familia. No había supuesto un reto reconocer a un caballero de su clase entre tanta gente de clase baja. El doctor Jekyll era reservado y muy dedicado a su trabajo, como yo, lo que le hacía merecedor de mi amistad y respeto, algo difícil de conseguir de mi persona.
Era extraño que alguien como él estuviera merodeando por aquel barrio.
- Buenos días, doctor. Qué sorpresa encontrarle por aquí - le dije, acercándome a él.

- Horrible, sin duda, aunque también muy interesante. Hacía tiempo que no veía un caso tan prometedor - dije, con mi acostumbrada falta de tacto, tras estrecharle la mano - ¿Cómo es que está usted al corriente de lo que ha pasado? ¿La prensa ya lo ha publicado? Es extraordinaria la prisa que se dan para informar de crímenes macabros.
No pasó desapercibido para mí que el doctor Jekyll se encontraba algo tenso. Me pregunté a qué se debería.

- Aún es pronto para saber nada, aunque no tardaré en averiguarlo - dije, con mi habitual orgullo. Ningún criminal podía escaparse de mí... bueno, sólo una, pero Ella no contaba - La investigación acaba de comenzar, por lo que no puedo revelarle ningún detalle, sólo que es un crimen bastante llamativo, muy salvaje... ¡Cualquiera diría que fue hecho por un animal, y no por un hombre! - comenté, con algo de entusiasmo en mi voz, mientras me encendía un cigarrillo y le ofrecía otro al doctor Jekyll. Tendía a olvidarme de lo macabro de los crímenes mientras me hallaba tan entretenido como estaba intentando hallar al culpable - Tengo algunas pistas bastante significativas, no creo que este caso, por original que sea, me suponga un gran esfuerzo.

Llegué a la calle donde aquella chica vivía. Cualquiera diría que aquellas no eran buenas horas para "hacer negocios", pero Whitechapel era más seguro por el día que por la noche.
Me quedé petrificada al ver allí a la policía, además de a un montón de curiosos que se agolpaban en torno a ellos. Mierda, mierda, mierda... Algo había pasado, algo que iba a estropear mis planes.
No hacía falta pensar mucho para descubrir lo que había pasado, el índice de criminalidad en Whitechapel era muy alto y la policía no solía desplazarse hasta allí si no era por algo gordo: un asesinato, y no la típica pelea a navaja en un callejón, sino algo mucho más serio.
¿Qué podía hacer? A pesar de que alguien de mi clase no resultaba extraña en aquel barrio, preferí marcharme de allí antes de que alguien me viera y se le ocurriera relacionarme con la víctima, después de todos los días que la había ido a visitar a su casa...

Entonces la vi. Maldición. Había esperado que hubiera leído los periódicos aquella mañana, pero estaba claro que no lo había hecho, o nunca habría vuelto a la escena del crimen.
Mi mente trabajaba con rapidez. Toda la gente que había en el barrio estaban demasiado pendientes del crimen como para verla y poderla reconocer en un interrogatorio. La policía seguía a lo suyo, ignorantes a todo. Y el doctor Jekyll, por suerte, estaba de espaldas a ella, por lo que tampoco podía verla ni reconocerla si le preguntaban, y además me estaba ofreciendo la excusa perfecta de irnos del lugar.
Sabía que era lista, ya había visto a la policía y se largaría de Whitechapel en seguida, así que no tendría que encubrirla demasiado tiempo, por suerte. El pendiente de topacio ya no estaba en la escena del crimen, por lo que nadie podía involucrarla. Sólo yo, y estaba claro que no iba a hacerlo, aunque también era evidente que la señorita Adler no se iba a librar de una buena charla. Me había dicho que había abandonado la delincuencia...
- Estoy de acuerdo con usted, doctor. Retirémonos a un lugar más tranquilo.

Pensaba muy rápidamente, de un modo que a cualquier otra persona le resultaría imposible, mientras empujaba, no violentamente, aunque sí con determinación, a las personas que nos rodeaban. Nunca había tenido miramientos para ese tipo de cosas. Además, lo importante ahora era alejarse de Ella y que nadie la viera por allí. Chica lista, por suerte, desde mi posición ya no la veía, seguramente ya se habría marchado.
- Lo cierto es que por aquí no hay ningún lugar tranquilo, y menos con todo lo que está pasando ahora - le dije a Jekyll, mientras le conducía por calles que (no me avergonzaba reconocerlo) yo conocía a la perfección - Habrá que salir de Whitechapel, bien a la Zona residencial o bien al West End.

- Si llegamos al West End podemos ir al bar Rouge, lo regenta una vieja amiga mía y tendremos toda la tranquilidad que queramos - dije.
Aunque seguía observando y escuchando al doctor Jekyll con atención, mi mente seguía divagando sobre el crimen, rememorando todos y cada uno de los detalles, intentando buscar respuestas. Creía que ya tenía una parte del misterio solucionado, la que tenía que ver con el dinero, pero la otra parte, la de los asesinatos, aún no estaba clara.

- ¿La señorita O'Connor? - pregunté, algo distraído, mientras volvía a sacar un cigarrillo de mi bolsillo - Ignoro si usted la conoce. Una dama encantadora, sin duda. ¿Le permite su trabajo conocer a alguna dama, doctor? - pregunté, con ironía. No se le conocía ninguna pareja o amante al bueno del doctor Jekyll, de lo contrario yo lo sabría.
- Trabaja usted como químico en el hospital, ¿cierto? - pregunté, asaltado por una duda de pronto - ¿Podría usted analizar ciertas pruebas que he recogido en la escena del crimen?

Dibujé una sonrisa irónica en mis labios.
- Usted siempre tan decente y correcto, Henry. Necesita encontrar a una buena mujer. O a más de una. Estar demasiado tiempo concentrado únicamente en su trabajo acabará volviéndole loco - luego cambié mi expresión por otra más seria, como siempre hacía cuando pensaba en algún caso - Cuando usted pueda, aunque cuanto antes mejor, por supuesto. Los criminales no descansan.

Imposible no darse cuenta de lo rápido que había cambiado de tema. Sonreí. Pese a pertenecer a la misma clase social, el doctor Jekyll y yo éramos totalmente opuestos.
- Me paece bien - dije, mientras sacaba un pequeño paquetito del bolsillo de mi abrigo - Aquí tengo las muestras. De seguro al inspector no lo importará que las haya tomado prestadas, ya conoce mis métodos y sabe que puede confiar en mí sin reservas. Estoy cansado de que Scotland Yard siempre estropee mis pruebas. ¿Vamos, entonces?

- El inspector ya conoce mis métodos y, si quiere que resuelva el caso, tendrá que aguantarse - respondí, sin rodeos - Los cadáveres ya están en la morgue y un amigo mío los está analizando concienzudamente. Sólo me falta obtener alguna respuesta sobre las muestras. Espero que lleguemos pronto a su casa - dije, algo impaciente, mientras me subía al carruaje junto al doctor.