Amor por el teatro (María y Geneva)

Recuerdo del primer mensaje :

Salí del pequeño camerino todavía sin cambiarme, algo frustrada. ¿Qué pasaba, que aquí nadie se tomaba las cosas en serio? ¿O quizás yo me las tomaba demasiado en serio? Había pocos actores y actrices que realmente sintieran amor por el teatro, simplemente trabajaban para ganar dinero. Yo no. Si quería dinero y no me llegaba con el que ganaba en el teatro (y esto pasaba en la mayoría de los casos) lo robaba, pero no me limitaba a subir al escenario y decir un par de frases como quien lee la columna de sucesos en el periódico. Yo sentía pasión por el teatro, y hasta que había llegado a Londres no me había dado cuenta de ello.
Soñaba con ser una gran actriz, la más famosa del país, y llegar a alcanzar algún día la fama y éxito de mi querida prima Irene. Entonces ya no tendría que robar más... aunque quizás lo haría alguna vez que otra, aunque sólo fuera por pasatiempo. Era excitante saltarse las normas impuestas por la sociedad y provocar algún escándalo que otro.
Sonreí pícaramente mientras pensaba en ello. Me parecía bastante a Irene, aunque estaba claro que ella tenía más clase que yo y sabía disimular mejor.
Miré por la ventana y vi que seguía lloviendo. Esa era una de las pocas cosas que no me gustaban de Londres: su clima, acostumbrada como estaba al buen tiempo en España, pero qué se le iba a hacer...

Reí ante su gesto pícaro y sus palabras, desde luego que se parecía a mi prima en aquello. Estaba segura de que hubieran hecho buenas migas las dos. Mientras hablaba el camarero dejó delante de nosotras lo que habíamos pedido y tras echar el azúcar, puse mis manos heladas en torno a la taza para que se fueran calentando lentamente. El aroma del café me encantaba y pronto llegó hasta mis fosas nasales, no había tomado café mejor que el de Italia, un café espeso, negro y, desde luego, bien cargado. Alcé la taza para dar un sorbo, sintiendo cómo calentaba mis labios y lo dejé de nuevo en el platito antes de comenzar a hablar.

—Te llevarías bien con mi prima, le encanta todo lo que brilla y si son joyas mucho mejor, a mi tía le pasa lo mismo, yo me temo que no tengo demasiado gusto para las joyas, al final decidieron que era mucho mejor regalarme libros que al menos esos sí que los miraba y remiraba —bromeé, aunque en parte, porque en mi casa había muchos más libros que joyas. Respiré hondo por un momento ante su comentario y suspiré. —Pues… no estoy muy segura de qué contarte. Vivo sola desde que mis padres fallecieron hace cinco años, pero tengo la suerte de que mi primo está en la ciudad aunque mi prima que es mi mejor amiga está en Nueva York donde se ha casado y está esperando su primer bebé —comenté, con una sonrisa agradable en los labios. —Y… ahora que lo pienso ¿has estado en Japón? ¿Cómo es? Debe ser impresionante estar tan lejos de casa… en una cultura tan diferente a la nuestra.

¿Cómo habría llegado hasta allí? Estaba muy lejos, pero me imaginaba que una actriz tendría que viajar mucho.

- Si es como dices, estaría bien conocer a tu prima. ¿A qué se dedica? - hice una pausa - A mí también me encantan los libros. Encantar es decir poco, me apasionan. Son como obras de teatro escritas en papel, esperando a ser representadas. Sobre todo me encantan las novelas de misterio y aventuras, ¿y a ti? - suspiré, recordando los meses que pasé en Japón - Es un país muy bello, con una belleza natural fascinante... no como en las grandes ciudades y esos edificios fríos y enormes que construyen ahora. Su cultura es antiquísima, milenaria y valiosísima. Conocí a una geisha muy hermosa, parecía una muñeca de porcelana. Sólo tenía 17 años, yo entonces tenía 16. Me acogió en el teatro en el que trabajaba, aunque yo no podía participar en las obras, ya que está prohibido para una extranjera. Desde aquel momento, supe que me quería dedicar al teatro. La geisha se llamaba Yin Su, me enseñó algo de japonés y fue una gran amiga para mí, incluso su padre me fabricó una katana preciosa llamada "Libertad"... - mi semblante se oscureció un poco - Yin Su fue violada y asesinada poco antes de mi marcha de Japón.

—Está casada y vive en Estados Unidos, su marido es el que lleva la sucursal de la naviera de mi familia allí, así que se dedica a ir al teatro, a los museos y a tomar el té con otras mujeres de la alta sociedad de Nueva York —respondí, divertida. —Leo todo tipo de libros, si un libro consigue engancharme me da lo mismo la temática: libros de viajes, filosofía, literatura clásica, pero también libros por fascículos y novelas de todo tipo, me gustan mucho las de misterio y aventuras, me hacen tener una vida que yo no tendré nunca.

Adoraba a mi prima, la quería muchísimo, es más, estaba pensando en ir a verla en uno de los barcos de la compañía, pero en ocasiones me ponía nerviosa. Escuché su historia sobre Japón, parecía un lugar bello, enigmático y mágico. Había leído libros sobre viajes que relataban aventuras en Oriente y siempre me había imaginado lo que podría ser aquellas antiquísimas civilizaciones. Respiré hondo y… me quedé blanca como el papel.

—Oh, Dios mío, lo lamento muchísimo —como siempre me pasaba cuando escuchaba una mala noticia mis ojos se humedecieron, sintiendo el dolor que ese hecho podría haber provocado como si fuera el mío propio. —Debió ser horrible, además una chica tan joven…

- ¿Por qué dices que esa es una vida que tú no tendrás nunca? Tú decides tu vida, si no te gusta esa clase de vida es tu elección, pero no digas que nunca podrás tenerla. ¿Qué te lo impide? En cuanto a lo de Yin Su... claro que fue horrible - respiré hondo, medité mi respuesta y decidí hacer honor a mi promesa y ser sincera - El collar que yo llevo le pertenecía a ella. Aquel bastardo se lo robó después de asesinarla - me incliné hacia ella, susurrando - ¿Cómo cree que llegó el collar a mis manos?

Respiré hondo por un momento mientras escuchaba sus palabras intentando explicarla el por qué yo no llevaría ese tipo de vida. Era tímida, nada descarada, en cierta forma estaba cómoda con la vida que llevaba y estaba volcada completamente en la profesión que había elegido. Decidí que lo mejor era tomar unos instantes para mí, instantes que se vieron interrumpidos cuando me hizo aquella pregunta. En mi mente aparecieron varias imágenes que me dejaron lívida con la taza en mitad del camino hacia mis labios. Decidí dar un sorbo de mi café antes de contestar.

—Me gusta mi vida… soy muy tranquila y nada aventurera, por lo que es mejor verlo en los libros, es más fácil soñar que vivirlo —me quedé callada mirándola un momento y me moví hacia delante en la silla clavando mis ojos claros en los suyos. —S… ¿se lo robó?

Le había preguntado con miedo, porque si el hombre había sido capaz de hacer eso con aquella jovencita… no me imaginaba que hubiera dado el collar de buena gana. No sabía por qué le había hecho aquella pregunta. Tragué suavemente saliva mientras esperaba su respuesta.

- En Asia, a los ladrones se les corta las manos para que no puedan volver a robar. Yo sólo le arrebaté lo que no le pertenecía - contesté, no pretendía asustarla, pero había prometido decir la verdad. No le dije que había sido yo quien le había cortado la mano a aquel hombre con la katana mientras huía con el collar, pero supuse que estaba bastante claro - No quiero que me tengas miedo, Geneva. Te dije que había hecho muchas cosas malas pero que, desde mi punto de vista, son la mayor justicia que se puede llevar a cabo. Pero puedes estar tranquila, no soy ninguna asesina, jamás lo he sido ni jamás lo seré. Y tampoco le he hecho daño a nadie... que no se lo haya merecido - quise alargar mi mano para tocar la suya, pero me daba reparo que ella decidiera apartarla, así que no lo hice - He visto muchas atrocidades durante mis viajes, Geneva. Yo sólo me he defendido y he defendido a los míos. Yin Su fue una de las pocas personas que se portaron bien conmigo en toda mi vida. También lo haría por ti - afirmé, mirándola a los ojos para que supiera que no mentía - Soy una ladrona, Geneva. ¿Qué vas a hacer ahora? ¿Me entregarás a la policía? ¿No querrás volver a verme?

No pude evitar que un escalofrío me recorriera de arriba abajo cuando escuché sus palabras. Sentía las manos frías y el corazón me latía con rapidez. Con suavidad dejé la taza sobre el platito y para calentarlas hice que rodearan la porcelana, respirando hondo haciendo que el olor espeso y agradable llegara hasta mis fosas nasales mientras escuchaba lo que me estaba diciendo. La mantuve la mirada y una suave sonrisa apareció en mis labios.

—¿Te acuerdas lo que te dije? — pregunté mientras mi mano terminó el movimiento que la suya había comenzado y se la apreté con suavidad. —No me importa lo que hayas sido, sino lo que harás a partir de ahora. Vivir lejos, sola, en otras culturas es muy difícil, pero aquí estás trabajando en un buen lugar, tienes toda una vida por delante y puedes hacer lo que quieras con ella —respondí con lentitud mientras hablaba con calma, apretando brevemente la mano de ella antes de apartarla hasta su posición anterior en torno a mi taza de café. —Debo decir que el robo no es una de mis actividades favoritas, pero entiendo que haya momentos en el que es necesario hacerlo.

Sonreí, suavemente, había tenido una vida tan tan dura. Respiré hondo un instante mientras intentaba pensar con claridad. Había visto los niños que tenían que robar en las calles de Londres para poder sobrevivir, no quería imaginarme la vida que tenía que haber vivido ella desde tan joven.

Si hubiera sido capaz de llorar, lo habría hecho. No me esperaba su reacción. Las únicas personas que sabían de mi condición eran mi prima Irene y Anna, mi compañera de piso, y creí que Geneva me rechazaría y saldría corriendo.
- Te agradezco muchísimo tus palabras. No sabes cuánto. Es cierto que mi vida no ha sido fácil, y no lo digo para quejarme, simplemente es verdad. Pero mentiría si te dijera que siempre he robado por necesidad, y no me gusta mentir. Todo lo que veo hermoso e inalcanzable lo cojo, y no sé exactamente por qué lo hago. No consigo decidirme. A veces pienso en dejar de lado esta vida, y otras pienso que mi vida sería muy aburrida sin un poco de emoción de vez en cuando. Tal vez si consiguiera prosperar en el teatro y formar una familia no necesitaría hacer lo que hago. No creo que fuera capaz de ponerles en peligro a ellos. Pero eso no va a suceder - estreché fuertemente la mano que Geneva me ofrecía - Creo que he estropeado un poco nuestra conversación, ¿verdad? - e hice un esfuerzo por esbozar mi famosa sonrisa de picardía, que nunca se borraría de mi rostro por muy mal que lo estuviera pasando por dentro.

Sonreí con suavidad mientras la miraba con atención, la verdad es que había sido completamente inesperada su declaración sobre todo porque acababa de conocerla, pero en ocasiones se creaban lazos y confianzas en apenas unos pocos segundos y dicen que es más fácil hablar con alguien que no te conozca. Además, agradecía su sinceridad, no me gustaba que me mintieran, era algo que aborrecía con todas mis fuerzas. Respiré hondo y la miré directamente a los ojos.

—La verdad es que me resulta sorprendente… sobre todo porque no estoy a favor del latrocinio, María. —el tono era suave mientras la miraba, tenía una férrea educación anglicana aunque en ocasiones me desviara un poco de los preceptos establecidos por la misma. —Te recomendaría que lo dejaras, que te centraras en el teatro y que dejaras atrás el pasado, pero es tu vida y yo no soy nadie para decirte lo que tienes o no tienes que hacer —le dediqué una ligera sonrisa mientras la daba una suave palmadita en la mano.—Estoy segura de que tendrás una buena carrera muy buena en el teatro y todo se puede oscurecer por un paso en falso ¿me entiendes?

Tomé un nuevo sorbo de mi café mientras la miraba después con una sonrisa. Esperaba que no pensara que la estaba juzgando, solo estaba ofreciendo mi opinión y mi consejo.

Estaba tan pendiente de las palabras de Geneva que olvidé que el ron se había terminado. Pensé que lo que decía coincidía de manera llamativa con lo que me repetía Irene todos los días. Era curioso que una institutriz y una ex-ladrona coincidieran en la misma opinión. Al final, decidí tomar una determinación:
- Hagamos un pacto. No volveré a robar mientras no lo necesite para subsistir, y tú no me delatarás. Seremos amigas y nunca nos juzgaremos la una a la otra hagamos lo que hagamos, si no que nos apoyaremos mutuamente y, cada vez que una tenga un problema acudirá a la otra para que juntas podamos solucionarlo. ¿Trato hecho? - le ofrecí mi mano para que la estrechara, en señal de que iba en serio.

No pude evitar sonreír, escuchar sus palabras era como volver a tener a mi prima delante en una tarde de cuando éramos niñas en la que salvando las diferencias, dijimos prácticamente lo mismo. Amigas, amigas para siempre. De momento lo habíamos conseguido a pesar de la distancia, y sabía que si me llamaba yo iría a verla, es más, quería ir antes de que tuviera el bebé. La miré a los ojos y asentí con seriedad estrechándosela con fuerza, pero sin hacerla daño, como se tenía que cerrar un trato de tal importancia.

—Trato hecho María, yo no diré nada y tú no volverás a robar —la miré a los ojos con atención. —Te prometo que mis labios estarán sellados sobre tu profesión siempre y cuando no rompas esta prometa ¿de acuerdo?

Mientras que ella mantuviera su promesa, yo lo haría también. La sonreí con dulzura, separando después la mano para volver a tomar la taza de café y dar un último sorbo que hizo que se finalizara. Miré la taza por un momento y suspiré.

- No sabes cuanto me alegro de haberte conocido. Me ha sentado muy bien poder desahogarme contigo. Creo que llevaba tiempo necesitando hacerlo con alguien, pero nunca había sido partidarai de expresar mis sentimientos con un desconocido, fuera quien fuese - sonreí. Geneva me producía una sensación muy cálida en mi interior, y me hacía sentirme más segura de mí misma de lo que me sentía normalmente - Después de esto, creo que es el momento de que retomemos nuestra conversación sobre nuestras vidas y esas cosas. Hay que relajar tensiones, ¿no te parece? - llamé al camarero y pedí que rellenara mi copa.

Sonreí a María, cuando ella llamó al camarero yo le pedí que me rellenara también el café, parecía ser que aunque se hubiera terminado íbamos a seguir hablando. Hacía mucho que no me ocurría algo así por lo que la miré y asentí por un instante. Resultaba agradable, desde luego. Me acomodé mejor en el asiento, alzando la mano hacia mi pelo para arreglarme una de las horquillas que se me había soltado y la miré.

—Mi vida no es tan emocionante, debo decir que lo máximo que he hecho ha sido estudiar para poder conseguir convertirme en Institutriz, no tengo hermanos y ahora tampoco padres, George, mi primo, es el único hombre de la familia y se encarga de la naviera que construyeron nuestros padres y la está ampliando —respondí, viendo cómo nos volvían a llenar a ella el ron y a mí el café. —Siempre he estado muy volcada en mi trabajo, ahora estoy buscando, espero poder tener suerte pronto.

Sonreí al camarero, echando azúcar y revolviéndolo con lentitud mientras miraba a la mujer.

- El otro día conocí a una chica llamada Cahetel. Creo que era italiana, por las ropas que llevaba y su acento. No hace mucho que ha llegado a Londres y se aloja en casa de su tía. Quizás podría recomendarte a ella, tiene unos 15 años y le vendría bien una institutriz como tú - le dije, dispuesta a ayudarla en todo lo que pudiera.

Sonreí con suavidad al escuchar las palabras de María, tomando el café que estaba de nuevo caliente para dar un sorbo con gesto pensativo. Mira hacia la mujer mientras escucha lo que la dice sobre la muchacha. No puedo evitar fruncir con suavidad la nariz. Los adolescentes no eran precisamente lo que más me gustaba.

—Debo reconocer que prefiero los niños, los adolescentes tienen una edad muy mala, siempre respondiendo y además muchas veces vienen con manías de institutrices anteriores —comenté, con gesto pensativo, dejando vagar mi mirada por el lugar donde nos encontrábamos. —Pero te lo agradezco, recordaré su nombre, quizá pueda haber ahí suerte.

Sonreí con suavidad a la muchacha, dando un sorbo de mi café. No sabía qué hora era. Busqué con la mirada un reloj en alguna de las paredes, después tendría que ir a casa sola.

Vi cómo su mirada buscaba el reloj en la pared y adiviné fácilmente sus pensamientos.
- ¿Debes irte ya a casa? ¿Quieres que te acompañe? Es muy de noche para que deambules por ahí tú sola. Podría pasarte algo.

Por fin vi la hora y me quedé blanca, era bastante tarde. Se me había pasado ese rato completamente volando y si no fuera porque me sentía cansada me encantaría seguir con la conversación que tenía con María. La sonreí con suavidad antes de dar un último trago del café que hizo que se terminara por fin. Lo dejé sobre la mesa y después cogí el sombrero comenzando a ponérmelo para después hacer lo mismo con los guantes, dejando unas monedas sobre la mesa.

—Gracias María, pero no hace falta, alquilaré un coche cuando salga para que me lleve, hoy estoy cansada como para ir caminando a casa —contesté, se me acababa de ocurrir, normalmente había coches para los espectadores y solían estar hasta bastante tarde. —Por favor, mándame una nota para quedar otro día ¿de acuerdo?

Me incorporé, para acercarme a ella y sonreírla, no sabía muy bien cómo despedirme ante una situación como aquella. Finalmente seguramente me decidiría por decirla adiós con la mano y dirigirme hacia el exterior para asegurarme un coche de alquiler.

{¿Cierras tú? ^^}

Dejé unas monedas sobre la mesa para que el camarero cobrara la cuenta. Dejé más de la cuenta a propósito, ya que sabía que los camareros no recibían buenas propinas muy a menudo. Salimos del local. Ya había dejado de llover. La acompañé hasta el coche.
- Me encantaría que nos viéramos otro día. Avísame cuando quieras, ya sabes que tengo las mañanas libres, y ya conoces mi dirección. Si quieres podemos quedar mañana aquí, pero por la mañana, y así ninguna tendrá que marcharse sola a casa - me acerqué a ella y, pese a que sabía que aquello no era muy correcto en Inglaterra, le di dos besos en las mejillas, como era costumbre en España.

(Podríamos seguir hablando mañana u otro día, ¿te parece que sea en este mismo post o creo otro?)

Iba a contestarla cuando noté los dos besos en su mejilla y sonreí ante sus palabras. Con torpeza correspondí al gesto de los dos besos y apreté brevemente su brazo. Había un coche de caballos delante de la acera por lo que me acerqué con ella hasta allí mientras que el hombre me abría la portezuela.

—Gracias María, nos vemos entonces mañana —sonreí y me despedí con la mano, bajando la ventanilla para mirarla. —¡No olvides nuestra promesa!

El hombre se subió e hizo restrellar el látigo cuando le di la dirección a la que me tenía que llevar, me despedí de María con la mano antes de subir la ventanilla y me acomodé en el interior del coche. Con el traqueteo no pasó demasiado hasta que me quedé adormilada. Cómo echaba de menos el tener un coche que me llevara a todas partes como cuando vivían mis padres.

{Abre si quieres un tema nuevo y cerramos este para diferenciar que son de dos días diferentes ^^}

La despedí con la mano, viendo cómo se alejaba. Esperaba volverla a ver muy pronto...

(Ok crearé uno nuevo aquí mismo, en la Royal Opera House)