Conversación al día siguiente (María y Geneva)

A la mañana siguiente, llegué temprano a la cafetería del teatro. Me quité los guantes, el gorro de lana y el abrigo negro. Aquel día mi vestido era azul, más sencillo y recatado que el de la noche anterior, aunque seguía sin ser demasiado apropiado, aunque me daba igual.
Me froté los ojos con fuerza. Había pasado una noche espantosa, pues había tenido una pesadilla. Eso era muy raro, no recordaba haber tenido ninguna en toda mi vida. Mi miré en le cristal y vi que mis grandes ojos negros estaban rodeados de ojeras violetas. Parecía uno de esos vampiros de los que hablaban tanto en Rumanía.
Me senté en una mesa libre y pedí un café con leche, un zumo de naranja y unas tostadas con mermelada (no me gustaba la comida inglesa, pero los desayunos eran otra cosa), esperando que mi querida Geneva llegara, mientras veía a la gente entrar y salir del bar...

La noche anterior casi había estado a punto de no llegar a casa, me había quedado adormilada y me había despertado sobresaltada ante el golpe que había dado el conductor indicando que habíamos llegado. Es más, en ese momento que entraba en la cafetería me sentía aún cansada. Busqué con la mirada a María y la localicé sentada en una de las mesas, me acerqué hasta ella con una sonrisa ligera en los labios. Vestía de oscuro, como siempre hacía, me retiré el sombrero asegurándome que el pelo seguía en su sitio y me desprendí de los guantes mientras tomaba el respaldo de la silla que estaba delante de María y la echaba hacia atrás para acomodarme en la mesa, como ayer, posé el abrigo pulcramente doblado, el sombrero y los guantes en la silla que estaba vacía a mi derecha.

—Buenos días, María, ¿cómo te encuentras? —pregunté, al tiempo que llegaba un camarero a tomarme nota. —Un café con leche, solamente, gracias.

Le dediqué una sonrisa al camarero observando cómo se va y vuelvo mi atención hacia María, fijándome entonces en la mala cara que tiene, junto con las ojeras.

- Hola, Geneva. Pues fatal, la verdad - dije con sinceridad - Creo que te debo una disculpa - dije.
La pobre había aguantado las frases envenenadas que el policía y yo nos habíamos dirigido la noche anterior como una campeona, se notaba en su paciencia infinita que era institutriz. Le había echado a perder la noche, y no sabía cómo compensárselo.

—¿Una disculpa? ¿Por qué?

La mira sin comprender, intentando entender por qué piensa que le debe una disculpa. Se echa ligeramente hacia atrás en la mesa cuando la ponen delante el café con leche dedicándole una sonrisa de agradecimiento al hombre, echándose azúcar antes de comenzar a revolver el café con suavidad mientras la mira.

—Tienes un aspecto terrible, como si no hubieras dormido bien.

Rodeé la taza con mis manos mientras la miraba con una sonrisa ligera, sintiendo cómo el calor comenzaba a llegar hasta mis manos. Necesitaba en ese momento la cafeína para despejarme y el calor para apartar la frialdad que estaba adentrándose en mi interior.

Tragué saliva, pensando cómo continuar. Necesitaba su ayuda, y eso que yo nunca había necesitado la ayuda de nadie.
- Primero, quiero disculparme por mi comportamiento la otra noche en el teatro. Ese policía me puso algo nerviosa, como comprenderás no me gusta enfrentarme con la justicia. Creo que te arruiné la noche, se notaba que ese hombre te atraía - intenté sonreirla, pero mis labios temblaron - Necesito tu ayuda, Neva.

¿Tobías? El señor Gregson, me recordé con rapidez. Por un momento me perdí en su recuerdo, pero pronto volví a la realidad cuando vi que la ocurría algo verdaderamente grave. Rápidamente mi mano voló para ponerse sobre la suya y me moví hacia delante.

—¿Qué ocurre María? ¿Qué ha pasado? —pregunté con claro tono claramente nervioso mientras la miraba, podía notar con preocupación que el brillo de sus ojos se encontraba ligeramente apagado y no solo por el cansancio y las ojeras. —Y… el señor Gregson es amigo…—terminé diciendo no demasiado firmemente.

Me mantuve esperando su respuesta claramente preocupada, ¿qué la ocurriría?

- Me han descubierto, Neva. Un maldito detective que me siguió desde Francia y una compañera suya, una tal Bella Blackwood... No puedo hacer nada, él es un aristócrata muy importante, es un lord... No sé qué hacer, me tienen vigilada, aprovecharán el más mínimo descuido para llevarme al calabozo... no sé qué hacer - dije, desesperada, frotando mis manos nerviosamente.

La miré mientras me decía que la habían descubierto unos detectives. Sabía que iba a haber problemas por la ocupación encubierta que llevaba, pero desde luego no me imaginaba que fuera tan pronto. Suponía que si cumplía su promesa y no seguía con sus robos todo iba a terminar encauzado. Respiré hondo mirándola con el rostro grave, ¿cómo podría ayudarla yo?

—Si no te han apresado aún, lo único que tienes que hacer es intentar no volver a delinquir y verás cómo va todo bien, estoy segura de ello —contesté intentando tranquilizarla, mirándola a los ojos. —Seguro que si ven que has cambiado y que no tienes intención de volver a robar todo se terminara por esfumarse.

Intento tranquilizarla de la mejor manera posible, la verdad es que no estaba acostumbrada a esas situaciones. Apreté su mano por un momento, de corazón esperaba que todo volviera a la calma.

- Está claro que no conoces a uno de esos detectives, Neva. Es un hombre cruel y despiadado, lleno de rencor por no haberme atrapado en París. Aunque tal vez sí conozcas su nombre, ya que tengo entendido que es uno de los aristócratas más ricos del país - dije, y volví a sentir esa sensación extraña al hablar de él, apenas pude mencionar su nombre en su susurro - Michael Lestat Mason. Es el hijo del fundador del hospital Mason, un niño rico prepotente y altanero con ínfulas de detective. Es un lord, Neva, no puedo hacer nada en su contra. Y amenaza con despedir a Anna del hospital si no declara en mi contra. Quiere que yo le devuelva el violín que le robé en el Moulin Rouge.

Michael Lestat Mason… me quería sonar pero no estaba del todo segura, mientras me hablaba una medio imagen apareció en mi cabeza, creía saber a quién se refería, pero la verdad es que no tenía demasiados tratos con la mayor parte de la aristocracia por mucho que yo perteneciera, por derecho de nacimiento, a la alta burguesía. Con suavidad, di un sorbo de mi taza de café y la miré.

—Querida, ¿y por qué no se lo devuelves? Está claro que es algo personal, que busca recuperar algo que considera suyo y que bien puede ser un bien de alta estima ya no solo económica, sino personal. Si este es el caso, no va a parar hasta conseguirlo.

Pensaba que era lo más lógico hacer aquello, hablar con el hombre e intentar razonar, sino bien podría terminar en la cárcel o en algún lugar peor. La miré suspirando levemente. La juventud estaba llena de fuego, hasta tal punto que uno podía llegar a quemarse si no andaba con cuidado.

- Eso pensaba hacer, pero creo que es una trampa. Lo presiento. Si le devuelvo el violín, estaré admitiendo que fui yo quien lo robó. ¡Acabaré en el calabozo! - apuré mi copa de ron a toda velocidad, los nervios me dominaban y no me dejaban pensar.

Respiré hondo por un momento con gesto pensativo, intentando ver una solución a lo que me estaba contando. Di un sorbo del café mientras mi mirada se desviaba un poco de donde ella estaba mientras que pensaba en las posibilidades. Era cierto que si se lo devolvía podría pensar que era una trampa, porque admitiría que lo había robado.

—Tienes razón, puede ser una trampa —terminé por reconocer mientras la miraba, para después chasquear brevemente la lengua. —¿Y si se lo dejas sin que te vea y sin ninguna nota? Simplemente se lo devuelves esperando a que no vuelva a insistir y por otro lado tú no vuelves a robar. Aunque lo intuya sin pruebas no puede relacionarte y si no vuelves a delinquir no podrán acusarte de nada.

Igual era demasiado inocente mi propuesta, pero no estaba acostumbrada a esas cosas, era todo nuevo, diferente y, debo reconocerlo, me superaba bastante.

- En eso tienes razón, pero ¿cómo? No puedo mandarlo por correo ni acercarme a su mansión, y ni siquiera sé dónde está - dije, mientras me mordía el labio, tratando de encontrar una solución - ¿Podrías dárselo tú? - pregunté, tímidamente, ya que no quería poner a una de mis mejores amigas en una situación peligrosa, pero tal vez ella sabía al menos dónde vivía él - ¿Sabes dónde vive?

Varias posibilidades comenzaron a aparecer en mi mente, me mordiqueé ligeramente el labio inferior, el intentar saber dónde vivía iba a ser un problema al tiempo que giraba lentamente el anillo que llevaba en la mano derecha como siempre hacía cuando me encontraba pensativa o nerviosa, en ese momento eran ambas cosas.

—Creo que tengo una idea, déjaselo en el Hospital, si su padre es el fundador, me imagino que si dejas ahí algo se lo enviarán —comenté deteniendo el movimiento del anillo y mirándola. —Y en vez de escribirlo con tu letra, por si acaso, usa letras de algún periódico. No sé, es lo único que se me ocurre, pero puede que funcione.

No es que tuviera demasiada imaginación, pero era lo único que creía que se podía hacer en ese momento.

Miré a Neva y sonreí. Realmente la pobre se estaba devanando los sesos para ayudarme. Lo del hospital no era mala solución, aunque no sabía si iba a funcionar. Pero algo era mejor que nada... Me levanté de la mesa y pagué mi copa.
- Tienes razón, lo voy a intentar. Desde luego, no voy a dejarme atrapar por nadie. Espérame aquí, no tardaré - dije, mientras abandonaba el local con decisión.

—Claro, te espero.

Observé cómo se iba, para después negar ligeramente para mí. Qué complicado era todo aquello. Di un sorbo al café, no sabía exactamente dónde iría por lo que agradecí haber llevado conmigo el libro que estaba leyendo en esos momentos, me moví para abrir el bolsito y lo saqué abriéndolo con cuidado por la página donde se veía el lazo oscuro que servía para marcar por dónde iba. Comencé a leer esperando a que ella llegara.

Corrí hacia la cafetería. Pobre Geneva, llevaba horas esperándome...
- Perdóname por el retraso, por favor - la dije cuando llegué, despeinada y con el vestido lleno de arrugas - Estaba... arreglándolo todo - me daba vergüenza confesarle lo que había pasado, pero tenía la intuición de que, tarde o temprano, Geneva conseguiría sonsacármelo.
Inspiraba tanta confianza que acababa por contarle todo sobre mí aunque la conociera desde hace poco.

No sabía muy bien el tiempo que había pasado desde que María se había ido, el libro estaba tan entretenido que solo me había dado cuenta de que no estaba cuando pedía que me llevaran algo para beber. Cuando volvió la miré por un momento, con una ligera sonrisa aunque estaba un tanto cansada, cerré el libro.

—No te preocupes, ¿cómo ha ido todo?

La miré, con una taza de café con leche delante, lo que llevaba tomando todas esas horas. En algún momento creía haber comido algo sólido. Agradecía tener la capacidad de que el tiempo se me pasara más rápido cuando leía.

Tragué saliva, intentando decidir por donde empezar. Aquello estaba siendo más complicado de lo que imaginaba.
- Al final, decidí ir a su casa. Creía que sería de cobardes no hacerlo. Levaba demasiados años huyendo de mi responsabilidad, cada vez que cometía un robo importante por el cual empezaban a investigar, me escapaba del país. Peor ahora ya no. Voy a quedarme en Londres - afirmé con rotundidad - Le devolví su violín y hice un trato con él. No creo que lo rompa - la cabeza me empezaba a dar vueltas, me pregunté si realmente no rompería "el trato", si no cambiaría de idea, siempre había sido un hombre inconstante, sobre todo en sus relaciones con las mujeres.
No sabía si Geneva habría entendido lo que yo le había dicho o lo había interpretado de otra manera, así que aguardé en silencio mientras esperaba a que ella hablara, y bebí un vaso de agua. Era la primera vez que iba a un bar y no tomaba nada que no fuera alcohol o café, pero ahora mismo sólo necesitaba agua.

Parecía agitada. Al final había ido a su casa, por un momento me puse tensa, aunque si estaba allí es que al final no había ocurrido lo que María pensaba. Fruncí con suavidad el ceño mientras la escuchaba hablar al tiempo que daba otro sorbo del café que tenía delante, sin entender bien qué me estaba intentando decir ni por qué estaba tan nerviosa. No sabía qué trato podía haber sido el que había hecho, pero al menos parecía que sus problemas estaban un poco más… limados.

—Me alegra que te quedes en Londres, María —comenté, mientras la miraba a los ojos con una sonrisa suave antes de continuar hablando. —Espero que mantenga el trato, sea cual fuera, y que esto no se complique más de lo que ya está… Si es un aristócrata por regla general tienen una palabra que suelen cumplir.

Esperaba que con eso la ayudara un poco, porque estaba bastante nerviosa. Era lógico, a fin de cuentas había tenido que enfrentarse con la posibilidad de terminar en la cárcel al devolver ese violín.

Miré fijamente a Geneva, decidiendo si decírselo o no. Pero al final acabaría enterándose, probablemente iba a ser un gran escándalo, y ella era mi amiga, merecía enterarse por mí.
- Voy a casarme, Geneva. Ese es el trato.

Estaba segura de que si me hubiera pinchado no hubiera sangrado en ese momento porque la miré con gesto de sorpresa. ¿Casarse? ¿Trato? Oh, por Dios. Apreté con suavidad un puño mientras la miraba, había escuchado antes asuntos como el que tenía delante, matrimonios con conveniencia, no era algo extraño en el mundo en el que vivíamos pero… Respiré hondo un instante mientras la miraba, mordiéndome el labio inferior.

—Comprendo —susurré, mientras la miraba. Di un sorbo del café que ya estaba prácticamente frío mientras buscaba las palabras adecuadas a una situación como aquella. —¿Cómo te encuentras María? Quiero decir… los matrimonios por conveniencia no son raros en nuestra sociedad, pero me imagino que debe ser un shock. Cuéntame algo más…

La miré esperando a que me contara más, no podía juzgarla, eso nunca, solo que en ese momento sentía pena, una pena enorme porque para una romántica como yo, un matrimonio sin amor era una de las peores cosas que podían suceder.

Sacudí la cabeza. Me había interpretado mal, aunque no era su culpa, ya que yo me había expresado de una forma muy escueta.
- No, no es un matrimonio de conveniencia. Es... - me quedé pensando, realmente ni yo sabía qué clase de relación era - No sé explicarlo. Si me caso con él, no tendré necesidad de volver a robar, y estaré protegida, y eso es muy importante para alguien en mi situación. Es un trato justo. Él va a perder ciertas cosas por mí, apuesto lo que sea a que su familia no estará contenta. Pero no quiero que pienses que es matrimonio de conveniencia. Yo... no sé lo que siento. Dijo que me amaba, que llevaba mucho tiempo buscándome. Y yo... yo le creí. Han pasado... muchas cosas que jamás me habían pasado - sentí algo de vergüenza, era incapaz de contárselo absolutamente todo a Geneva, tan decente y refinada. No sabía si entendería por qué me había dejado llevar por él de ese modo - Muchas veces le odio por lo que me ha hecho. Pero otras veces... no.

Era todo tan extraño, tan… bueno, tan diferente, pero podía entender a lo que se refería y no era tonta como para no saber leer entre líneas por muy inocente que fuera o pareciera. Mis mejillas se ruborizaron mientras ella hablaba y dejé escapar un ligero suspiro. Si al menos todo salía bien y se casaban, era algo que no tenía la más mínima importancia. Me apreté por un momento la zona del puente de la nariz sintiendo un dolor de cabeza que se incrementaba por momentos seguramente debido al tiempo que había estado leyendo y tomando café.

—Si es lo que quieres y es lo mejor para ti, María, yo te apoyo en todo lo que hagas —terminé por decirla mientras la miraba a los ojos con una sonrisa suave. —Solo espero que te haga realmente feliz y que todo salga bien.

Estiré la mano para dejar un ligero apretón en la de ella. De verdad esperaba que fuera así, que todo fuera viento en popa para la muchacha que tenía delante.

Sonreí ligeramente ante las palabras de Geneva.
- Sinceramente, no sé qué es lo que quiero. Por un lado, esto supone para mí poder tener la familia que yo nunca tuve. Por otro lado, y aunque me ha prometido que respetará mi trabajo y mi independencia, está claro que tendré que renunciar a muchas cosas. Yo siempre he sido un espíritu libre, y nunca le he tenido que dar cuentas ni explicaciones a nadie. Cada vez que pienso en la forma en la que me ha atrapado, siento que le odio con todas sus fuerzas, odio que haya sido capaz de conocerme mejor que yo misma, odio que cuando le insulto él me sonría... Pero cuando me sonríe, mis pensamientos cambian. Según venía de camino hacia aquí, iba pensando en todo esto, y me descubrí a mí misma preocupada de si todo había sido un engaño. ¡Preocupada porque no hubiera sido real, porque me hubiese usado como ha usado a muchas! Me preocupaba incluso que su familia no aceptara lo nuestro, y sé que no lo hará. ¿Significa eso que le quiero? - le pregunté a Geneva - Tú sientes algo por un hombre, o alguna vez lo has sentido, lo presiento, pero yo jamás he sentido nada por nadie. ¿Cómo puedo saber si esto es amor? - pregunté, desesperada - Tantos años actuando, algunas veces incluso como una enamorada, y ahora resulta que no sé reconocerlo cuando lo tengo en frente.