Conversación al día siguiente (María y Geneva)

Recuerdo del primer mensaje :

A la mañana siguiente, llegué temprano a la cafetería del teatro. Me quité los guantes, el gorro de lana y el abrigo negro. Aquel día mi vestido era azul, más sencillo y recatado que el de la noche anterior, aunque seguía sin ser demasiado apropiado, aunque me daba igual.
Me froté los ojos con fuerza. Había pasado una noche espantosa, pues había tenido una pesadilla. Eso era muy raro, no recordaba haber tenido ninguna en toda mi vida. Mi miré en le cristal y vi que mis grandes ojos negros estaban rodeados de ojeras violetas. Parecía uno de esos vampiros de los que hablaban tanto en Rumanía.
Me senté en una mesa libre y pedí un café con leche, un zumo de naranja y unas tostadas con mermelada (no me gustaba la comida inglesa, pero los desayunos eran otra cosa), esperando que mi querida Geneva llegara, mientras veía a la gente entrar y salir del bar...

La miré mientras me hablaba, estaba más que claro que sentía una gran confusión en su interior. No era fácil atar a un espíritu libre como era el caso de la mujer que tenía delante. Respiré hondo apartando la taza que ya que el café frío no es que fuera de mi agrado y la miré a los ojos.

—No sé si eso significa que le quieres, María, pero está claro que sientes algún tipo de interés por él, muchas veces uno va de un lado a otro de la balanza, tan pronto le quieres, tan pronto le odias, pero eso es porque no te es indiferente —la miré a los ojos con expresión seria, mordiéndome por un momento el labio inferior. —No sé si he amado a alguien, pero lo que sé por lo que me dices es que tú puede que estés comenzando a hacerlo.

No tenía tanta experiencia en ese tema, pero había leído lo suficiente y escuchado a mi prima cuando estaba enamorándose como para poder reconocer los indicios, parecía que el tal señor Manson había logrado que el corazón de María latiera por él.

- Pues menuda mierda - dije, sin preocuparme por ser fina.
No me hacía ninguna gracia que nadie tuviera tanto poder sobre mí, fuera quien fuese. Estaba claro que era inteligente, había jugado sus cartas y realmente había logrado atraparme. Pero, de repente, algo nuevo surgió en mi interior, algo extremadamente difícil de describir. Era como si, de pronto, me hiciera gracia todo lo que él había hecho para atraparme, como si todo hubiera sido un divertido juego y, al final, me hubieran ganado, y a mí no me importara porque ya estaba cansada de ganar.
De pronto sonreí más de lo que lo había hecho en 20 años. Pobre Geneva, debía sentirse muy confusa al verme cambiar de humor tan rápidamente.
- Bueno, puede que resulte interesante - me giré hacia la barrera - ¡Camarero, un poquito de ron, por favor! Tenemos que celebrar que dentro de poco seré una señora casada y asquerosamente rica, ¿no? - le dije a Geneva, guiñándole el ojo.
La verdad es que no me importaba nada el dinero de Michael, pero tenía que reconocer que el cambio que había dado mi vida empezaba a gustarme.
- Espero que asistas a mi boda, podrías ser mi dama de honor. Y ahora, háblame de ti. ¿Qué tal pasaste la otra noche con el señor Gregson? Te recuerdo que no soy ciega y vi cómo os cogíais de la mano - reí mientras bebía un poco de ron.

Era bastante desconcertante ver cómo cambiaba de humor de un momento a otro, pero me imaginaba que era bastante normal considerando todo lo que estaba viviendo en ese momento. Me tranquilizó un poco ver que estaba sonriendo y dejé escapar un lento suspiro mientras la miraba. Reí divertida ante la energía que de repente desprendía.

—No bebo alcohol, María, no me sienta demasiado bien —comenté, mientras observaba como el camarero iba a por una botella asombrada por los gritos de la mujer. La sonrisa murió en mis labios ante la pregunta y dejé escapar un suave suspiro. —No hay nada entre el señor Gregson y yo, solo somos conocidos… me interrogó en la fiesta de Año Nuevo tras el asesinato que hubo allí y la segunda vez que le vi fue en el otro día en el Teatro.

Aun así, un ligero rubor se deslizó por mis mejillas al recordarlo. Era un buen hombre, atento y amable, además de bien parecido, pero sabía demasiado bien que ese tipo de hombres no se fijaban en mujeres como yo, por lo que siempre era preferible mantenerlos como amigos.

- ¿Conocidos? - me sentí un poco decepcionada, después de las miradas de la otra noche, me había imaginado otra cosa - Bueno, supongo que mejor, no me gustan los policías. Claro que ahora no soy la más indicada para hablar de eso, ¿verdad? - volví a reír - Te mereces al mejor hombre que haya en Londres, Neva. Que te trate como una reina. Ni se te ocurra pensar lo contrario, que no eres demasiado buena, ni ninguna tontería de esas. Ya tienes el cielo ganado sólo por aguantarme, amiga.

Respiré hondo mientras la miraba, me imaginaba que podría haber significado otra cosa para los ojos de otras personas, pero la verdad es que no había nada entre nosotros. Me sentía bien a su lado, cómoda incluso, seguramente porque era amable, atento y tenía una paciencia de santo. De momento no me había fulminado con la mirada y eso era decir mucho, considerando lo torpe que puedo llegar a ser.

—Me temo que ahora mismo… te van a tener que comenzar a gustar —comenté, con una sonrisa para después sentír cómo mis ojos se humedecían mientras ella hablaba, negando por un momento. —Oh, María, no seas tonta… me gusta escucharte y en cuanto a todo lo demás… no creo que sea algo factible en estos momentos, pero tampoco es una gran preocupación. En estos momentos quiero que todo te vaya bien y seas feliz, prométemelo.

La sonreí, intentando desviar la conversación hacia la muchacha. El camarero llega sirviendo el ron que María había pedido, aunque le hago una gesto con la mano para que solo me llene un poquitito, lo justo para no hacerla el feo a María, pero no lo suficiente como para contentarme.

Esbocé una sonrisa y alcé mi copa con una mano, mientras con la otra estrechaba fuertemente la de Geneva.
- Gracias, Neva. Gracias, gracias, gracias por todo lo que haces por mí. Y te prometeré que voy a ser feliz sólo con dos condiciones. Una, que tú también lo vas a ser. Y dos, que vas a asistir a mi boda y que nuestra amistad no se romperá aunque nos casemos. Y ahora brindemos por las dos.

Reí divertida ante sus palabras y asentí, tomando el vaso que habían dejado delante de mí. Sabía que aquello iba a ser… horrible, porque no era de beber alcohol, pero asentí y moví hacia delante mi vaso para chocarlo contra el de ella.

—Será un placer estar en tu boda, María —comenté sonriéndola mientras la miraba un instante antes de seguir hablando. —Por nuestra felicidad entonces y por nuestra amistad, que no se rompa por mucho que tú seas una mujer casada y yo una pobre institutriz sin trabajo.

La guiñé el ojo con picardía y una ligera sonrisa, antes de llevar el vaso a mis labios y dar un trago, lo que provocó que hiciera una mueca al notar el sabor del alcohol y sentir cómo se deslizaba ardiente por mi garganta.

- Bueno, si alguna vez tengo hijos, ya sé a qué institutriz llamar - dije, divertida.
Sonreí ante el gesto de asco que puso al beber alcohol, era evidente que no estaba acostumbrada. Sin embargo, me alegró ver en sus gestos que su carácter empezaba poco a poco a ser más extrovertido y deshinibido.
- No tienes que beber más si no quieres, no quisiera que te sentase mal y tuviera que llevarte en brazos a casa - dije, riendo.

La mueca que hice seguramente fue más que evidente, pero es que no aguantaba el alcohol. Soportaba a duras penas el champang, pero prefería el agua a cualquier otra bebida. Me apagaba la sed y evitaba que hiciera tonterías. De acuerdo, mi bebida favorita era el chocolate, era una adicta a él y mis caderas redondeadas daban fe de ello. Sonreí divertida mientras escuchaba su comentario y dejé el vaso sobre la mesa.

—Si no lo hicieras, María, te puedo asegurar que dejaríamos de ser amigas. Me encantan los niños y sería bonito ver los hijos de una amiga —la sonreí, con cariño, era cierto que no hacía mucho que nos conocíamos pero había conseguido que me sintiera cómoda hablando con ella, algo muy difícil para una persona como yo que se encontraba encorsetada por las normas de la sociedad. —No creo que pudieras conmigo, así que será mejor que no beba más… no soporto demasiado el alcohol, pronto se me sube a la cabeza y hablo demasiado.

Hice un ligero mohín arrugando la nariz al tiempo que una sonrisa se formaba en mis labios. No, desde luego que no era bueno que bebiera más. En ese momento, con un simple trago, notaba ya las mejillas rojas y un calor que comenzaba a subirse, no quería imaginar si daba otro sorbo de ron.

- Bueno, no te preocupes por eso. Conmigo nunca estarás hablando demasiado. Cualquier cosa que me digas sobre ti se vendrá conmigo a la tumba - dije de corazón - Y no sabes que no debes sentir vergüenza por nada. Todo el mundo tiene secretos como tú o peores. Mírame a mí, y ya te los he contado todos - dije, dejando yo también de beber.
Por suerte, estaba acostumbrada al alcohol y sabía cuando parar, sólo en una ocasión, cuando era muy joven, me había pillado una buena borrachera a base de sake tibio en Japón, y por suerte aquella noche había dormido (o intentado dormir) en casa de mi amiga japonesa.
- Además, te sorprendería saber la de secretos vergonzosos que tiene la gente, sobre todo la alta sociedad.

Secretos, sí, la sociedad estaba llena de ellos debajo de todas las máscaras que tenían puestos, pero en mi caso mi vida había sido tan sencilla y monótona que seguramente tenía la misma emoción que la de una religiosa. Salvo un pequeño detalle y no había vuelto a verlo desde la fiesta de Fin de Año, agradecía a la Providencia que no hubiera llegado a pasar nada, que todo se hubiera mantenido en su sitio y que siguiera siendo lo que siempre había sido: una solterona. Jugueteé con el vaso entre mis dedos mientras la escuchaba hablar y finalmente sonreí.

—Sé que sabes guardar los secretos, María, pero mi vida ha sido tan cómoda, sencilla y monótona que como no te hable del día en el que salí a la calle sin corsé… no podría decirte nada más, creo que ha sido lo más grave que he hecho en toda mi vida —bromeé, en parte, sobre ello y suspiré por un momento. —Todos tenemos secretos, lo que pasa que cada cual tiene unos más profundos que otros.

- Vaya, ¿un corsé? - pregunté, intrigada. Nunca había sido una cotilla aburrida interesada en la vida de los demás, pero sí me consideraba bastante curiosa - He oído hablar de ellos, pero nunca he visto uno. En Francia apenas los usan, dicen que las mujeres inglesas son incapaces de respirar cuando llevan uno puesto - de pronto, mi expresión cambió - Yo no tendré que llevar uno, ¿verdad?

Le tenía que dar completamente la razón sobre ese asunto, el maldito corsé muchas veces impedía respirar y moverse de forma correcta. Escuché sus palabras con curiosidad y atención pensaba que el corsé era una prenda bastante más… extendida, por decirlo de alguna manera. El cambio de su rostro hizo que una sonrisa picara apareciera en mis labios sin poder evitarlo mientras negaba, quitándole importancia.

—No es tan malo —comenté, mientras la miraba, intentando contener la risa. —Solo que sientes que te falta el aire, pero en cuanto te acostumbras… además siendo una persona de la alta sociedad como vas a ser, seguramente te tocará llevarlo —sonreí, para después reír por un momento. —No te preocupes, María, con la figura que tienes tengo la sensación que no te hará falta llevar un corsé. Son realmente incómodos, es el peor artilugio que ha inventado el hombre.

Y asentí varias veces de forma convencida. Nadie en su sano juicio hubiera inventado algo como aquello por muy bonita que dejara la figura.

- Entonces, ¿tú por qué te los pones? - pregunté sin comprender - Tu figura es ideal. Y aunque no lo fuera, no etiendo la necesidad de llevar un... chisme que no para de apretarte y no te deja respirar. Eso es inhumano. ¿Acaso a los hombres se les obliga a llevar algo parecido? ¿Por qué las mujeres debemos cargar siempre con ese tipo de cosas? Es injusto - afirmé, muy convencida. Realmente, no entendía aún estas costumbres - Tal vez la rara soy yo. Michael dice que si hubiera nacido un siglo antes, me hubieran quemado por bruja.

¿Cómo explicárselo? A veces yo misma me lo preguntaba. Respiré hondo mientras desviaba mi mirada hacia el resto del bar en el que estábamos. Había hombres y mujeres, todas ellas se notaba por la forma que hacía el vestido que llevaban corsés. La miré y negué por un momento.

—No tengo tan buena figura, ojalá pero… además supongo que en ese sentido estoy muy atada a las normas sociales, además a mi primo le podría dar un pasmo si supiera que no lo llevo. Es más, seguramente no le gustaría que haya bebido alcohol, es bastante sobreprotector —respiré hondo por un momento mirándola a los ojos y sonreí por un momento. —Eres independiente y liberal, esas dos facetas no suelen encajar demasiado bien en la sociedad británica, donde somos tan estirados ¿no?

Arqueé las cejas al tiempo que dejaba que una risa divertida se escapara de entre mis labios. No me molestaba, en absoluto, todo aquello. Muchas personas creían que por ser institutriz tenía que ser una mujer recta y sin demasiado humor.

- No sois tan estirados como dicen - dije, negando con la cabeza - Al principio yo también lo pensaba, pero no lo sois. Sólo aparentáis serlo, no sé por qué. Pero, en el fondo, todos somos iguales en todoel mundo. Por algo somos humanos. Aunque no negaré que no encajo demasiado bien en esta sociedad, imagínate cuando sea la esposa de un lord! Pero eso es porque aquí os importa demasiado guardar las apariencias. Si no, ya veríais que no somos tan diferentes - hice una pausa - Así que, ¿tienes un primo? No me lo habías dicho, creo. ¿Y es muy protector contigo? ¡Pero si eres una mujer adulta! Háblame de él, ¿cómo es? - pregunté, con curiosidad.

Sonreí mientras la miraba, escuchando sus palabras y asentí, no podía estar más de acuerdo. No sabia muy bien el por qué del gusto de lo inglés por guardar las apariencias, mi primo solía ser muy frío cuando estaba en público. Respiré hondo un instante mientras buscaba la forma de explicárselo, cuando ni yo misma estaba del todo segura de la razón.

—Si quieres, puedo ayudarte, ya sé que no es lo mejor… pero a mi siempre me dijeron que donde fuera hiciera lo que viera —comenté, encogiéndome de hombros por un momento mirándola. —Las apariencias son todo en la sociedad inglesa, me temo, estamos muy encorsetados en todo lo que hacemos… aunque normalmente en familia somos bastante distintos, al menos en mi familia es así —pensé entonces en George y me eché a reír. —Mi primo es… puff, un hombre de negocios de tomo y lomo, lleva la naviera familiar y se lo toma todo demasiado en serio. Tras la muerte de mis padres se ha hecho cargo de mi y bueno… no le gusta demasiado que esté sola y esas cosas, teme que me convierta en una mujer demasiado liberal. Aunque muchas veces creo que esa es la preocupación de mi tía más que de él, por si daño la apariencia de la familia.

Asentí a lo que Neva me decía.
- No sé por qué, pero las propias mujeres somos más estrictas con nosotras mismas que los hombres, ellos van a su aire... Michael también tiene una madrastra muy manipuladora. En cuanto a tu primo, parece buen tipo, pero creo que está un poco aburrido. Le vendría bien un poco de compañía... así dejaría de preocuparse por lo que haces tú y se centraría más en sus asuntos. ¿Acaso no está casado?

No sabía hasta qué punto tenía razón. Respiré hondo pensando en mi tía. No era mala mujer, solo que yo me había metido en medio sobre lo que ella consideraba que les pertenecía por derecho, como si mi padre no hubiera existido. Entendía que buscara que sus hijos tuvieran una posición holgada, pero la compañía la habían formado mi tío y mi padre. Yo no me había metido demasiado, ni siquiera había pedido nada, me había buscado la vida como buenamente había podido. Mi padre tenía prácticamente todo invertido en la naviera.

—Sí, muchas veces somos nosotras mucho peor que los hombres, además que solemos hacernos mucho más daño. Cuando estuve en el internado y después en la academia había muchas envidias, muchos ataques por la espalda —dije sin poder evitar que hubiera un rastro de tristeza en mis palabras. No había aprendido allí, dudaba que aprendiera nunca a ser como eran buena parte de mi sexo. La miré a los ojos y sonreí. —Sí, si que está casado…—me detuve por un momento y después exclame. —¡Con su trabajo! Creo que no le he visto nunca interesado en buscar matrimonio.

George era un buen partido, era atractivo y se ganaba bien la vida, pero nunca había buscado matrimonio y cuando su madre lo había intentado, había sido una de las veces que él se había enfadado de verdad y le había gritado que no se metiera en sus asuntos.

- ¿Estuviste en un internado? Vaya, debió de ser difícil - seguro que no era exactamente un orfanato de mala muerte, pero me imaginaba que muy agradable no sería, tenía entendido que eran muy estrictos - ¿Con que casado con su trabajo, eh? - dije, pensando en Anna - Mi compañera de piso es exactamente igual. Es enfermera, y vive por y para su trabajo. Es muy simpática, pero también un poco tímida, le cuesta conocer gente. Me siento mal por tener que dejarla sola cuando me case, aunque le he prometido que seguiré yendo todas las mañanas a Baker Street. Esta noche pensaba sacarla un poco para que conociera a gente, podrías venirte si quieres... y traer a tu primito - dije, sonriendo.

Hice una ligera mueca al acordarme de los años pasados en el internado alejada de mi familia. Respiré hondo, menos mal que había tenido a mi prima que sino todo aquello hubiera sido una de las peores experiencias de mi vida y tenía que reconocer que estaba en la lista de mis diez peores momentos, sobre todos los primeros años cuando no conocía a nadie.

—Estaba mi prima, menos mal… sino con lo tímida que soy seguramente me hubieran hecho la vida imposible. Siempre me ha protegido bastante, la verdad, aunque yo la ayudaba a sacar los exámenes —comenté, era una relación extraña la que yo tenía con mi prima. Éramos las mejores amigas, la echaba mucho de menos, pero a la vez siempre había estado en su sombra y no era de extrañar puesto que tenía una personalidad desbordante de energía. —No sabía que tenias una compañera de piso y sí, me imagino que va a echarte de menos, pero se acostumbrará o encontrará a alguien para compartir, ya verás —dije mientras la miraba, con una sonrisa, sería curioso saber quién era su compañera. La miré pensativa ante su comentario sobre salir esa noche de fiesta y la miré —No creo que mi primo pueda ir y yo… bueno, no salgo por las noches salvo para ir al teatro, de todas formas ¿dónde sería?

- Mmm he quedado con Anna en el bar Rouge después de su turno en el hospital y de mi función esta noche - esperé que aceptara.
Había elegido el bar Rouge porque tenía un buen ambiente, con personas de todas las clases sociales, y no sólo la panda de borrachos de turno. Sería bueno para conocer gente.
- Dime que vendrás con nosotras - puse cara de perrito abandonado, como yo lo llamaba, que tan útil me había resultado en mis timos en el pasado - Sería estupendo que mis dos mejores amigas se conozcan. Y tú también puedes traer contigo la compañía que quieras.

Me moví ligeramente incómoda en el asiento. No estaba segura de que fuera buena idea, de noche pasaban muchas cosas, la prensa estaba llena de casos de robos y de violencia, de asesinatos incluso. Me estremecí por un momento mientras me mordía por un momento el labio inferior. Por otro lado, hasta que no tuviera trabajo tampoco tenía nada que hacer… pero… ¿a quién podría invitar si no conozco realmente a nadie? El Bar Rogue era un buen lugar por lo que sabía, pero por otro lado…

—No lo sé María —dije, dejando escapar un ligero suspiro mientras la miraba. —Déjame pensarlo ¿vale? Si veo me uniré a vosotras en el bar, sino pues ya quedaríamos otro día para conocernos… podríais venir a mi casa a tomar un café o un té o lo que queráis. Si mi primo se entera que salgo por la noche y a un bar, me pone seguro un hombre que me siga a todas partes.

Entrelacé los dedos bajo la mesa mientras la miraba. No sabía si al final podría ir o no, era todo… bueno, era todo demasiado precipitado. Y estaba segura de que George no me iba a acompañar ni loco.

Me acomodé en el asiento, con cara algo apenada.
- Bueno, como tú quieras. Pero me gustaría que, si rechazas mi invitación, sea porque realmente no quieres ir, no porque algo o alguien te lo impida. No te preocupes por la seguridad. el bar Rogue se encuentra en la parte "decente" de Londres. Además, la dueña es una antigua "amiga" de Lestat - torcí el gesto al decirlo, creo que quedaba claro la clase de amiga que había sido en el pasado... esperaba que todo eso hubiera quedado atrás. ¿Qué me pasaba? ¿Estaba celosa? - De todas formas, le hablaré a Anna de ti, seguro que le encantará conocerte. Tenéis la misma edad y os parecéis un poco.

Respiré hondo mientras la miraba. En parte sentía curiosidad por asistir, por estar con ella y conocer a su compañera de piso, por relacionarme más allá de las cuatro paredes de mi apartamento. Debo reconocer que en ocasiones que mis mayores conversaciones fueran con infantes no era precisamente… prometedor. Le miré mientras me mordisqueaba el labio suavemente.

—No quiero prometerte algo que no sé si seré capaz de cumplir, María. De verdad que me gustaría decirte que iré —dije mientras la miraba, mordiéndome brevemente el labio inferior. La miré a los ojos frunciendo los labios por un momento al notar su gesto y asentí. Sí, me podía imaginar por dónde iban los tiros. —¿No te resultará incómodo María? Y por supuesto que me encantará conocer a tu compañera.